Por: Elías jaua Milano
Es la Pascua de Resurrección de 2021, estamos en la segunda oleada de la pandemia de COVID 19 que afecta a la humanidad desde hace un año. Ya no son cifras, son nombres de seres queridos, de conocidos. Es la abuela Roselia, son los camaradas de sueños y luchas compartidas: Fabio, Filinto, Moisés, Manuel entre decenas de compatriotas que no pudieron superar los efectos del contagio en estos últimos días. Son las abuelas, abuelos, madres, padres, hermanos, hermanas de tantos. Que Dios dé reposo a su alma.
Gracias también damos a los médicos, médicas, enfermeras, enfermeros y personal de salud del sector público y privado que nos asisten. Los he visto en primera línea, intuía su cansancio tras la vestimenta de bioseguridad, las y los escuché hablarme con propiedad y seriedad de la pandemia, les oí quebrada la voz por no poder hacer más para salvar vidas. Muchas gracias, mil gracias. Mil bendiciones, Uds. están haciendo lo que humana y profesionalmente pueden.
También es necesario reconocer el esfuerzo denodado, sincero y humanista que el gobierno nacional, desde el Presidente de la República, la Vicepresidenta, el Ministro de Salud hasta el último escalafón de los servidores públicos y servidoras públicas del área de la salud y de la seguridad están haciendo para prevenir, contener y atender esta emergencia sanitaria que ha desbordado todos los sistemas de salud a nivel mundial.
Vaya mi pesar compartido a todos y todas los que hoy tienen una ausencia en el seno de su familia, vaya mi aliento a los y las convalecientes, para Uds. mi mejor consejo es que no se dejen tomar por el miedo. Que la música, la buena lectura, la meditación, la oración y la ternura de la solidaridad familiar sean su mejor escudo contra el pánico que genera el saberse contagiado. Frente en alto, pecho afuera, como nos decía el Comandante Chávez, para vencer en esta lucha por la vida.
Es tiempo de levantarse, es tiempo de pararnos de nuevo ante la tristeza y la muerte, parafraseando a Argimiro Gabaldón, es tiempo de enarbolar la alegría y las ganas de vivir como la mejor forma de superar este trance que atraviesa la humanidad.
Hoy celebramos al Cristo vivo, el que se levantó de nuevo venciendo a la muerte. Abril, mi hija de 8 años, nos dijo tras el fallecimiento de su abuela Ro, la abuela materna: “yo no estoy triste, porque sé que Dios va a resucitar a mi abuela como resucitó a su hijo”. Hoy más que nunca, creo con ella en la promesa de la vida eterna.
Mientras tanto sigamos luchando para que la Tierra sea un paraíso donde podamos vivir todos y todas con igualdad, justicia, dignidad y salud. Entre tristezas y alegrías, vaya nuestro abrazo cristiano de Pascua de Resurrección, compatriotas. ¡La vida vencerá!
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