Sergio Rodríguez Gelfenstein
Desde su sepulcro, Guaidó ha
hecho cuentas: sabe que es un cadáver político, necesita martirizarse para
recuperar protagonismo y seguir cobrando su cheque en Washington, cuando
también desde el norte comienzan a acusar cansancio ante la continuada
incapacidad y torpeza del pupilo de Pompeo y Marcos Rubio.
Si bien es cierto que el
prontuario criminal de Guaidó podría meterlo en prisión por un período muy
extenso habida cuenta de los delitos cometidos a plena luz del día y en total
flagrancia, pareciera que el gobierno se ha atenido a aquella máxima de
Napoleón Bonaparte que enuncia que: “Nunca interrumpas a tu enemigo mientras
está cometiendo un error”. Esto no es comprendido por un sector del chavismo
que clama justicia para un ciudadano que ha firmado un contrato para que se
realicen actos terroristas en el país, incluyendo el asesinato de personas, la
destrucción de la infraestructura y la muerte de inocentes que no podrían
escapar a la furia de mercenarios ávidos del dinero que profusamente aporta el
narcotráfico y los gobiernos de Colombia y Estados Unidos.
El gobierno venezolano
considera que detenerlo sería una torpeza. Nadie mejor que Guaidó ha hecho un
trabajo que hace algunos meses parecía muy difícil: su contribución al
desprestigio, al descrédito y a la división de la oposición, han sido un aporte
indudable al sostenimiento y fortalecimiento del gobierno de Nicolás Maduro.
A esto se suman los votos de
la extrema derecha terrorista que le ha prometido Marcos Rubio, a cambio de
dejarlo dirigir la política de estados Unidos hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua
y China. Pero, todo esto, no parece compensar el daño que Guaidó le ha hecho al
gobierno de Estados Unidos, incluso ante su propia opinión pública que comienza
a reaccionar -a pesar del interés de la mediática trasnacional por ocultar los
escándalos- tras ver con sumo espanto en televisión como dos de sus “rambos” terminaron
presos en las arenas del Caribe venezolano,
Ha sido un sector de los
venezolanos de la derecha terrorista de Miami que molestos por haber sido
apartados de la repartición del dinero robado a Venezuela por Washington, los
que han puesto en escena la dimensión de la estupidez y la voracidad del auto
proclamado. Ya no digamos en las calles, porque aparte la cuarentena hace meses
que en Venezuela no se moviliza nadie tras los llamados del diputado por la
Guaira. Ahora hasta los tweets que se presumían como argumento de apoyo
multitudinario, se han reducido a una mínima expresión, sólo mostrando la cara
de un muy reducido número de fanáticos terroristas que desde sus cómodas
guaridas en Bogotá, Miami y Madrid envían a la carnicería a otro pequeño número
de lumpen, negros y mestizos a los que desprecian, resentidos sociales sin
principios ni ideales tampoco sin sensibilidad alguna con la patria o la
humanidad.
Tan pronto son capturados
declaran todo lo que saben, sólo tratando de salvarse, a costa de entregar a
quienes tan solo unas horas antes eran sus compañeros de “lucha”. Otros,
prefieren cavar sus madrigueras en suelo estadounidense donde su condición de
narcotraficantes, paramilitares y terroristas son fácil y rápidamente olvidas
por servicios prestados.
El problema de Trump, Pompeo
y Rubio ya no es si se deshacen o no de Guaidó, sino cómo hacerlo sin profundizar
los perjuicios que éste y la ultraderecha fascista le han hecho a una oposición
que hace solo cinco años ganó aplastantemente una elección legislativa.
El problema de Estados Unidos es que
sus bravuconadas no tienen cabida en los países de América latina que está
amenazando. La historia es muy sabia y lo demuestra. De Nicaragua huyeron
despavoridos cuando Sandino, el general de Hombres Libres los derrotó y los
expulsó hace casi cien años. En Cuba, no duraron ni 72 horas en Playa Girón
cuando una vez más el imperialismo fue estrepitosamente derrotado, el propio
Fidel desde un cañón soviético autopropulsado SAU-100 hundió al Houston, un
barco estadounidense al servicio de la invasión. Los mercenarios capturados
fueron cambiados por alimentos para niños.
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