Crónica desesperada de un final anunciado

Sergio Rodríguez Gelfenstein

El diputado fascista venezolano Juan Guaidó ha enviado una señal fuerte y clara. Dirigiéndose al presidente Nicolás Maduro ha dicho que éste busca excusas para "perseguirlo y detenerlo”. El mensaje parece muy lúcido, pero hay que leerlo de otra manera, da la impresión que lo que en realidad quiso decir es: “Presidente Maduro, necesito que me lleve a prisión”. Su gesticulación nerviosa, su retórica confusa e intrascendente y su pálida expresión facial son muestra fehaciente del miedo que está sintiendo, pero no por probables acciones del gobierno, sino que su propia gente ha comenzado a cansarse de las mentiras, del incumplimiento de las promesas de corto plazo que ha hecho y de la auto adjudicación de ingentes recursos financieros robados al pueblo venezolano.  Ha hecho todo lo posible para que al igual que Leopoldo López, el gobierno le extienda una mano salvadora de la furia de sus ex correligionarios que ya lo quieren fuera del negocio.


Desde su sepulcro, Guaidó ha hecho cuentas: sabe que es un cadáver político, necesita martirizarse para recuperar protagonismo y seguir cobrando su cheque en Washington, cuando también desde el norte comienzan a acusar cansancio ante la continuada incapacidad y torpeza del pupilo de Pompeo y Marcos Rubio.

Los cálculos son sencillos: “…voy a prisión; me martirizo; Estados Unidos pone en funcionamiento su maquinaria pro derechos humanos; Bachelet, Vivanco, Borrell y otros adláteres que han sido puestos en sus cargos por Washington comienzan a ladrar; los países con gobiernos de ultra derecha y social demócratas de Europa y América Latina se pliegan sumisos a la campaña; ante la presión, el gobierno venezolano cede y en pocas semanas salgo exitoso ´al exilio` a disfrutar de la abultadas cuentas bancarias que Estados Unidos se ha encargado de crearme por cumplir la misión que me han dado”. Piensa Guaidó que bien valen la pena unas pocas semanas de cárcel, si piensa en el futuro luminoso que va a tener en Miami disfrutando su riqueza.

Si bien es cierto que el prontuario criminal de Guaidó podría meterlo en prisión por un período muy extenso habida cuenta de los delitos cometidos a plena luz del día y en total flagrancia, pareciera que el gobierno se ha atenido a aquella máxima de Napoleón Bonaparte que enuncia que: “Nunca interrumpas a tu enemigo mientras está cometiendo un error”. Esto no es comprendido por un sector del chavismo que clama justicia para un ciudadano que ha firmado un contrato para que se realicen actos terroristas en el país, incluyendo el asesinato de personas, la destrucción de la infraestructura y la muerte de inocentes que no podrían escapar a la furia de mercenarios ávidos del dinero que profusamente aporta el narcotráfico y los gobiernos de Colombia y Estados Unidos.  
El gobierno venezolano considera que detenerlo sería una torpeza. Nadie mejor que Guaidó ha hecho un trabajo que hace algunos meses parecía muy difícil: su contribución al desprestigio, al descrédito y a la división de la oposición, han sido un aporte indudable al sostenimiento y fortalecimiento del gobierno de Nicolás Maduro.

A esto, habría que agregarle también el estigma que Guaidó le aporta a la administración estadounidense, la cual -en su defensa- ha llegado a la ridiculez y la estulticia como instrumentos de política exterior. La suposición de Trump de que todo esto es necesario y tiene valor por la cantidad de recursos financieros que los venezolanos de la Florida le aportarán a su campaña.

A esto se suman los votos de la extrema derecha terrorista que le ha prometido Marcos Rubio, a cambio de dejarlo dirigir la política de estados Unidos hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua y China. Pero, todo esto, no parece compensar el daño que Guaidó le ha hecho al gobierno de Estados Unidos, incluso ante su propia opinión pública que comienza a reaccionar -a pesar del interés de la mediática trasnacional por ocultar los escándalos- tras ver con sumo espanto en televisión como dos de sus “rambos” terminaron presos en las arenas del Caribe venezolano,

Ha sido un sector de los venezolanos de la derecha terrorista de Miami que molestos por haber sido apartados de la repartición del dinero robado a Venezuela por Washington, los que han puesto en escena la dimensión de la estupidez y la voracidad del auto proclamado. Ya no digamos en las calles, porque aparte la cuarentena hace meses que en Venezuela no se moviliza nadie tras los llamados del diputado por la Guaira. Ahora hasta los tweets que se presumían como argumento de apoyo multitudinario, se han reducido a una mínima expresión, sólo mostrando la cara de un muy reducido número de fanáticos terroristas que desde sus cómodas guaridas en Bogotá, Miami y Madrid envían a la carnicería a otro pequeño número de lumpen, negros y mestizos a los que desprecian, resentidos sociales sin principios ni ideales tampoco sin sensibilidad alguna con la patria o la humanidad.
Tan pronto son capturados declaran todo lo que saben, sólo tratando de salvarse, a costa de entregar a quienes tan solo unas horas antes eran sus compañeros de “lucha”. Otros, prefieren cavar sus madrigueras en suelo estadounidense donde su condición de narcotraficantes, paramilitares y terroristas son fácil y rápidamente olvidas por servicios prestados.

El problema de Trump, Pompeo y Rubio ya no es si se deshacen o no de Guaidó, sino cómo hacerlo sin profundizar los perjuicios que éste y la ultraderecha fascista le han hecho a una oposición que hace solo cinco años ganó aplastantemente una elección legislativa.
Una vez fracasada la intentona, Pompeo y Trump se aseguraron de desmentir cualquier relación con el hecho y lo hicieron huyendo hacia adelante –con tono amenazador- buscando aleccionar y sembrar miedo en el país. Pompeo dijo que si ellos hubieran participado, el resultado hubiera sido diferente. Y su jefe reafirmó que “…si alguna vez hiciéramos algo con Venezuela, no sería así. Sería un poco diferente. Se llamaría una invasión”, y agregó que él “no mandaría un pequeño grupo. No, no no, sería un Ejército”.

Imagino que todos leyeron el contrato, no vienen solo por el gobierno, vienen por todos. En la experiencia reciente eso significa 150 mil muertos en Afganistán desde 2001, 1.100.000 en Irak desde 2003, 500 mil en Siria desde 2011, y 10 mil de Yemen desde 2015. No creo que en esos países los gobiernos eran tan numerosos.

El problema de Estados Unidos es que sus bravuconadas no tienen cabida en los países de América latina que está amenazando. La historia es muy sabia y lo demuestra. De Nicaragua huyeron despavoridos cuando Sandino, el general de Hombres Libres los derrotó y los expulsó hace casi cien años. En Cuba, no duraron ni 72 horas en Playa Girón cuando una vez más el imperialismo fue estrepitosamente derrotado, el propio Fidel desde un cañón soviético autopropulsado SAU-100 hundió al Houston, un barco estadounidense al servicio de la invasión. Los mercenarios capturados fueron cambiados por alimentos para niños.

Ahora en Venezuela esta primera incursión mercenaria fue aplastada por la acción conjunta de militares y civiles que tienen un sentido de patria que ningún yanqui puede comprender en sus análisis de laboratorio. Parece que tampoco consiguen hacerlo aquellos que sin ser yanquis le vendieron su alma al poder imperial. Por eso, los “rambos” de Silvercorp pidieron que les levantaran la cabeza de la arena caliente de Chuao, se quejaba porque su delicada piel estaba siendo chamuscada. En ese momento se dio cuenta que no estaba en los protegidos campamentos de Colombia. Hollywood también estaba muy lejos. Miró en todas las direcciones posibles, pero Guaidó no apreció por ninguna de ellas. Cayó en cuenta que esta era la vida real. Un miliciano, mirándolo con desprecio le dijo que indefectiblemente estaban condenados a perder, incluso si llegaran a ocupar transitoriamente el país.

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