MINNEAPOLIS EN LLAMAS

Otra vez Trump con el rancho ardiendo al interior de Estados Unidos. Esta vez sus actuaciones, aún más nefastas que la negligente atención del Covid-19, van reafirmando su auténtica vocación de fascista. Es el perfecto representante de la extrema derecha blanca conservadora, siempre racista e intolerante a más no poder. Los llaman los supremacistas blancos. Cada intervención de esta facción que controla el gobierno norteamericano, va impregnada de doble moral, de odio, de apología a la violencia, de soberbia y desfachatez. Su lógica mesiánica está reñida con las nociones más elementales de democracia y justicia social, excluyendo así a la inmensa mayoría de norteamericanos de la clase trabajadora, que sobreviven a duras penas con las sobras del neoliberalismo depredador.

Que nadie se equivoque, Trump representa exclusivamente los intereses de la clase dominante norteamericana. Por eso, en su discurso y en todas sus acciones de gobierno, exacerba al máximo los niveles de exclusión, discriminación y violencia racial contra afrodescendientes, latinos, árabes, asiáticos (está en cruzada contra los chinos) y cualquier otra minoría que se cruce frente a sus aberrantes caprichos, que van desde la persecución con fines de deportación, la pauperización laboral, la eliminación de programas sociales como el evidente desmontaje del sistema de salud (los mayores niveles de contagio del Covid-19 están entre afrodescendientes y latinos). Todas las desigualdades imaginables han convertido al sueño americano en una pesadilla atroz.
El resentimiento y la frustración de la gente ante tanta injusticia se han ido acumulando. Son décadas de opresión, violencia y exceso policial, cuyos cuerpos actúan con impunidad y contando con la total complicidad del sistema de justicia. Pero ahora hay cámaras en todos lados, en manos de la ciudadanía, hay redes sociales para difundir las imágenes de la violencia policial en directo y sin ningún tipo de censura. De allí que las imágenes de George Floyd (inerte y esposado) siendo asesinado en plena calle por cuatro policías blancos causaron un inmensa indignación en Estados Unidos y todo el planeta. Solo el nefasto Almagro y la sumisa OEA no se han enterado de la crisis generada por el gobierno de Trump, por lo que hacen conveniente mutis frente a la actual conmoción. Es la total sumisión de los tarifados frente a su amo.
Una revuelta popular arrancó en Minneapolis en reclamo de justicia ante las barbáricas prácticas policiales. Para entender el metabolismo de la tolerancia hacia el racismo y la violencia policial, basta ver el extenso expediente (más bien prontuario) del agente Derek Chauvin, el cual ostenta más de “18 quejas anteriores presentadas en su contra ante los Asuntos Internos del Departamento de Policía de Minneapolis”. Esto da idea de los niveles habituales de impunidad existente en los cuerpos policiales. Pues solo ahora, que el caso causó impacto ante la opinión pública, es que se acusa a los oficiales involucrados de manera penal.
De Minneapolis la protesta de la población indignada se ha extendido a las principales ciudades de Estados Unidos, principalmente en Los Ángeles, Atlanta, New York, Chicago, Filadelfia, Miami y Texas. Las autoridades desbordadas ante el descontento popular han tenido que aplicar medidas de fuerza policial con el uso a discreción de porras, pistolas eléctricas, gases lacrimógenos y balas de goma. Han decretado el estado de emergencia, aplicado el toque de queda y activado a las tropas de la Guardia Nacional. Ya van varios muertos por la represión policial.
En Washington D.C., miles de manifestantes indignados llegaron a la mismísima Casa Blanca, roncándole en la puerta principal a un enajenado y nervioso Trump que reaccionó (oculto en un bunker) de la manera más soez y prepotente posible, como es habitual en su metabolismo de patán. Ante las protestas, Trump se explayó con ofensivas amenazas en contra los manifestantes pacíficos, burlándose con gozo de que los agentes del Servicio Secreto capturaban a todos los que se salían “fuera de línea”. Igualmente expresó que de saltar la “valla” los esperaban los “perros más perversos y las armas más siniestras que he visto. Fue entonces cuando la gente habría sido realmente gravemente herida, al menos”. Confesiones del gozo neofascista del supremacista blanco que gobierna Estados Unidos.
Estamos en presencia de un nuevo ejemplo de la doble moral aplicada por el pendenciero líder del imperio norteamericano. Nada de tolerancia y compresión con sus connacionales, la que Estados Unidos exige cuando es el criminal promotor de revueltas “populares”, revoluciones de colores y golpes de Estado en otros países. Allí se rasgan las vestiduras gritando con rabia e indignación que no se respetan los valores democráticos de Occidente. Pues bien, Trump se ha quitado la máscara de impoluto demócrata, para dejar brotar sus mejores dotes de intolerante y racista. No ha dudado en calificar las protestas ciudadanas como parte de un complot planificado por el enemigo interno. Lo llaman terrorismo doméstico.
Trump en vez de llamar al diálogo y reflexión al pueblo norteamericano, incita peligrosamente a la guerra civil y al enfrentamiento entre ciudadanos al afirmar que “Los Estados Unidos de América designarán a ANTIFA como una organización terrorista”. Cero libertad de expresión. Y como muestra adelantada del diálogo del garrote que impulsa, se congratuló por que “Nuestra Guardia Nacional los detuvo en frío anoche. Debería haber sido llamado antes”. Esta misma contundencia jamás se ha aplicado contra los crímenes de odio ejecutados por las fuerzas paramilitares afines a los grupos supremacistas blancos.
Trump ha demostrado ser un personaje peligroso e inescrupuloso. Todo le genera caspa en su burdo peluquín. Está en campaña electoral y cualquier cosa que perturbe sus planes de reelección (y le reste votos) será objeto inmediato de su odio y de su furia violenta. Trump se comporta como un piromaníaco más, intimidando con su flamante capucha del Ku Klux Klan.
Richard Canan
Sociólogo

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